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Pierre-François Lacenaire
MEMORIAS DE UN POETA ASESINO
Traducción del francés
de Lola Pérez-Montaut Martí
2019
280 págs.
150 x 240 mm
Rústica con solapas
ISBN 978-84-15117-60-5
20 euros
En enero de 1836, tras ser declarado culpable por diversos delitos de estafa y asesinato, Pierre-François Lacenaire (Lyon, 1803-París, 1836) culminó su venganza contra la sociedad subiendo con paso firme a la guillotina. La delincuencia, privilegio exclusivo hasta ese momento de las clases marginales y analfabetas, se encarnó entonces en un hijo de la burguesía con dotes para la poesía y la oratoria. El desconcierto ante aquel hito que parecía imposible era generalizado. Durante los tres meses que duró su proceso, la prensa de la época ofreció tantas versiones del personaje como sensibilidades ideológicas había en el país. Pero no solo la prensa, también la literatura contribuyó a forjar en el imaginario social el mito del criminal romántico burgués. El caso Lacenaire inspiró a muchos escritores, desde Stendhal hasta André Breton. Baudelaire no ocultó su fascinación y se refirió a él como «el primer hombre moderno». Dostoievski leyó sobre su proceso judicial y se inspiró en él para escribir Crimen y castigo, y Jacques Prévert, a través del cine, le dio vida en su guion de Los niños del paraíso, de Marcel Carné. También Foucault acabó analizando la particularidad de un caso sin precedentes en la historia del crimen, que establecería un nuevo patrón de delincuente.
Pierre-François Lacenaire (1803-1836) fue el segundo hijo varón sobreviviente del matrimo-nio formado por Jean-Baptiste Lacenaire, un anciano comerciante burgués, y Marguerite Gaillard, una joven humilde que ayudaba a su madre viuda en la pequeña pensión que regentaba en Lyon. Después de varios abortos que hicieron pensar al matrimonio que ya no tendría descendencia, llegó el primer hijo, al que recibieron como un verdadero regalo de la Providencia y colmaron de cuidados, pensando que sería el único. Sin embargo, llegaron más hijos, sin quererlo. Desde su llegada al mundo, Pierre-François experimentó el rechazo visceral de sus padres, que a lo largo de su infancia hicieron todo lo posible por mantenerlo alejado del hogar familiar. Fue internado en varios colegios, de los que sería expulsado por su conducta, a pesar de sus resultados académicos brillantes. Si bien su educación transcurrió en un ambiente burgués, al abrigo de la necesidad, su rebeldía con respecto a la autoridad paterna lo llevó desde muy joven a buscarse la forma de mantener por él mismo el tren de vida que llevaba. Desempeñó varios trabajos administrativos en su ciudad que no tuvieron continuidad. Pronto encontró en la delincuencia y la estafa una forma de conseguir dinero rápidamente. Se alistó en el ejército y desertó en dos ocasiones. Aunque se acomodó en la marginalidad, intentó, a lo largo de su vida, reintegrarse en la sociedad con diversos trabajos. Finalmente, su nómina de crímenes fue engrosando hasta dar con su cuello en la guillotina cuando aún no había cumplido los treinta y tres años.
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